miércoles, 16 de mayo de 2007

LEONELDA HERNANDEZ LA BRUJA LEJENDARIA


Difícilmente atrapada como una ágil y peligrosa fierecilla, entre la tupida maleza de una de las montañas que rodean el poblado de Burgama. Llamado hoy San Juan Crisóstomo de la loma de Gonzàlez en el departamento del Cesar.

Una tarde del mes de junio de 1774, por el viejo camino que de esa población conduce ala ciudad de Ocaña. Un grupo de guardias civiles traía presa a una mujer no pasaba de los 26 años de edad y su cuerpo era esbelto y su porte gentil, pese a su evidente condición campesina y a las amarras que sujetándole los brazos morenos y tersos amenguaban un poco la garbosa donosura de sus movimientos en el bello rostro de color aceituno y trazos casi perfectos brillaban con fuego misterioso unos grandes ojos negrísimos, cuyo luminoso encanto parecía encenderse aun más con el contenido impulso de una inocultable ira interior.

Como hipnotizada por el hechizo de la extraña mujer, la escolta de gendarmes caminaba en silencio y al parecer distraída. La marcha así era un tanto lenta, aunque no parecía lo mismo ala hermosa prisionera, que sabiéndose en camino de la muerte sentía que la sangre rebelde le transitaba demasiado aprisa por el atormentado corazón, en tanto que en rápida sucesión retrospectiva en su acalorada imaginación se atropellaban los recuerdos mas sobresalientes de su vida, ya doce años atrás con sus cuatro compañeras, jóvenes también: Maria Mandón , María Pérez, María de Mora, y María del Carmen; en un ruinoso ranchejo incrustado en el corazón de uno de los montes vecinos al pueblo de Burgama haciendo a Leonelda Hernández y ala primera de las cuatro compañeras, de maestras consumadas y las otras tres de aprovechadas discípulas. Estas misteriosas habitantes de la montaña dedicaban todo su tiempo, su astucia, y su inteligencia al exótico arte de la hechicería.
En la media noche profunda siguiendo el rumbo de los astros, guiadas por el lúgubre canto de las aves nocturnas, las jóvenes hechiceras andando a tientas por entre el monte como sonámbulas se daban ala tarea de buscar raíces y flores de plantas extrañas, reptiles inmundos y ciertas clases de animales agoreros para, con todo ese material heterogenia y cabalístico, elaran mas tarde en otra noche precisa de la luna de menguante y a una hora determinada, preparan los brebajes y emplastos, llevando luego por veredas y villorrios habrían de curar a los enfermos, sanar a los endemoniados, apaciguar a los violentos, dar valor a los tímidos y quitar o poner amor, allí donde se pidiese desterrarlo o se reclamarse su presencia todo aplicado en medio de extraños rezos y de sobrios y espeluznantes ritos. Ellas hacían bebedizos traían gatos y huesos de perros: iban ala montaña y con todos esos brebajes hacían unos bebedizos y se los daban a los admiradores o novios que tenían las mujeres que acudían en su ayuda pues era una magnifica dispensadora de toda clase de maleficio y por lo mismo, encantadora de hombres y hechizadoras de pueblos.

Fue entonces cuando Leonelda, sacando energía se su propio agotamiento y obrando con extraordinaria rapidez, grito con todas sus fuerzas al tiempo que agarraban por el cuello a su frustrado verdugo, para los burbujas fue un grito de guerra y de muerte, una orden de acción y exterminio, porque saliendo de entre la maleza, de todas las direcciones como si los brotase la tierra en medio de un indescriptible vocerío, los indios amigos de Leonelda cayeron como una tromba sobre la sorprendida tropilla, quienes colgaron juntos con su jefe y liberaron a la hechicera.

La luna de aquella hermosa noche de San Juan Crisóstomo protegida por el vuelo agorero de las estrellas, por el mismo camino de dolor de esa tarde, convirtiendo ahora en senda de resurrección van cantando los burburas fieros, a su cabeza Leonelda, la heroína trágica y hermosa, tiene el aire marcial y satisfecho de una extraña princesa victoriosa en el regreso de una jornada. A su paso en un homenaje los indios encendían los sembrados y las chozas abriéndole a su esbelta figura, una tormentosa y gigantesca calle de honor que siniestramente ilumina el horizonte en un furioso derroche de odio y venganza. Atrás queda un reguero de muertos en el alto del atillo, que en su honor se le llamo “EL CERRO DE LA HORCA”.

Leonelda Hernández habrá de organizar en el asombrado corazón de las sierras nativas hasta que la sorprenda la muerte, la conjura diabólica de sus misterioso a que larrios. Ella murió en estas extrañas tierras de Burbura, no se sabe bien la historia de su muerte.

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LEONELDA HERNANDES BRUJA LEJENDARIA

LEONELDA HERNANDES BRUJA LEJENDARIA
CERRO DE LOS INDIOS BURGAMAS

GONZALEZ CESAR

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GONZALEZ